Pablo Alarcón Zermeño

Twitter: @pabloalar

Fifís, whitexicans, conservadores y traidores a la patria. Estos son algunos de los términos que han sido usados y abusados desde la campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en el 2018. Los términos no sólo se popularizaron, sino que se han institucionalizado polarizadamente en el sistema de creencias simbólicas del mexicano. Para demostrar su gran impacto en la cultura lingüística del país, realicé un análisis de la presencia de estos términos en las redes sociales a lo largo del último año. La actividad registrada que menciona alguna de estas palabras fue de más de 7 millones de resultados, los cuales alcanzaron más de 60 millones de interacciones.

De todos estos resultados, alrededor del 40% son contenidos que la inteligencia artificial clasificó como de sentimiento negativo. Únicamente el 14% fueron contenidos positivos. Esto es un claro indicador de que las palabras fifí, whitexican y conservador se han posicionado en el imaginario colectivo como identidades reprobables. Lo increíble es que estas identidades han sido construidas discursivamente. Con esto quiero decir que los estereotipos que se indican con estos términos difícilmente existían antes del 2016 y se han fabricado a partir de narrativas políticas y sociales para ser asumidas por un grupo social específico y señaladas por los simpatizantes de morena.

Lo anterior es una demostración del innegable éxito de comunicación política que ha tenido López Obrador y que se ha instaurado simbólicamente en nuestro país. El sociólogo Émile Durkheim sugería que los humanos interpretamos el mundo de acuerdo a binarios simbólicos: lo sagrado y lo profano. De este modo, vemos el mundo de acuerdo a asociaciones que hacemos de las cosas como buenas o malas. En este sentido, el sistema de creencias morenista ha situado a sus opositores dentro de la dimensión profana como algo respecto de lo cual tendríamos el deber moral de enfrentar.

Podríamos afirmar, igualmente, que la oposición ha entrado en clara desventaja discursiva cuando empezó a usar estos mismos términos, pues es una manera de validar el lenguaje morenista y “jugar en cancha enemiga”. Es un principio similar al de discutir en lengua extranjera contra un hablante nativo. Básicamente la oposición está compitiendo según los parámetros simbólicos (el libro de reglas) que eligió el contrincante. Por otro lado, podemos señalar también el curioso fenómeno de que un sector de la población haya asumido con orgullo estas identidades de fifí, whitexican, conservador, etc. Se entiende que, al hacerlo, intentan oponerse radicalmente a los morenistas, pero irónicamente terminan dándoles la razón en muchos sentidos. Lo que podemos concluir es que una de las urgencias más claras para la oposición es ingeniárselas para crear una narrativa simbólica que haga frente a la polarización social de López Obrador y ponerse de acuerdo en seguirla.

Hasta que no lo haga, AMLO seguirá victorioso en el plano simbólico y por consecuencia, en las casillas electorales. A la hora de votar, tienen más peso las vísceras que el cerebro. Los hechos y los datos duros racionales sobre el gobierno de López Obrador poco tienen de fuerza ante las emociones, las cuales son guiadas principalmente por el sistema de creencias simbólico al que estén sujetas.

No se trata tanto de qué resultados esté dando el gobierno morenista, sino del poder de comunicación simbólica que institucionalizó y que mantiene hasta hoy.

bto