Artículo por: Jesús de los Ríos
Mientras más días pasan después de la elección de Estados Unidos, más claro queda que cuando menos políticamente, Trump no ha perdido la guerra. Convirtiéndose en uno de los escasos ejemplos de candidatos que al perder sus elecciones no terminan sus carreras políticas, sino todo lo contrario.
Además de su popular cuenta en Twitter que le permite difundir su mensaje sin la necesidad de estar en el mainstream media, hay algunos factores que nos dejan claro el enorme capital político con el que cuenta Donald Trump, independiente si se está de acuerdo con él o no.
Por un lado, la estrategia de fundraising poselectoral para su campaña ha sido un éxito. Los primeros días de diciembre, tanto el Washington Postcomo el New York Times reportaron que había logrado recaudar 170 millones de dólares, los cuales en su mayoría llegaron a cuentas de instituciones controladas por la campaña de Trump y no a las que tienen en conjunto con el Partido Republicano. Este capital semilla, más lo que se siga recaudando, le permitirá mantenerse vigente en los medios de comunicación, continuar con la estrategia de demandas, así como contar con recursos humanos y materiales que mantengan viva su narrativa.
En segundo lugar está la influencia, que se ha hecho patente en su lucha poselectoral, a través del Congreso, el Senado y varios gobernadores. Estos actores han capitalizado el apoyo a Trump como una forma de obtener réditos políticos entre sus votantes e incluso han llegado al extremo de promover demandas como la de Texas, a la cuál se adhirieron otros 17 estados republicanos, con el fin de invalidar la elección en otros cuatro estados en los que ganaron los demócratas. Una acción que, de haber fructificado, rompería con las bases del pacto federal y la constitución norteamericana.
Los analistas y juristas más serios estaban de acuerdo en que las demandas serían desechadas por la Suprema Corte. Pero para la campaña de Trump eso era lo de menos, ya que lo importante es mantener vivo el tema en la agenda pública, construir su narrativa y mantener el flujo de donativos. ¡Es una apuesta en la que no pierden!
Quizá uno de los factores más importantes de esta campaña es la dicotomía que genera el trumpismo ante posiciones contrarias a su ‘verdad’, un fenómeno similar al McCarthyism de los años cincuenta. Joseph McCarthy fue un senador republicano que capitalizó el discurso anticomunista de la Guerra Fría en Estados Unidos, incluso acusando al presidente Truman, sin pruebas, de tener comunistas entre los altos rangos en su gobierno, lo que le permitió ganar un importante capital político. En su momento de mayor popularidad McArthy llegó a tener 50 por ciento de la aprobación entre el público norteamericano, controlando la narrativa del Partido Republicano al grado que hoy esta postura anticomunista se mantiene.
La narrativa de Trump acerca del fraude electoral ha demostrado ser bastante eficiente para generar división y polarización, al igual que a McCarthy, esto le ayuda a mantener una constante y férrea base de seguidores que vive dentro de la posverdad trumpista. En ésta, no importan los hechos sino los dichos del líder, garantizándole influencia dentro de los electores del Partido Republicano y por lo tanto sobre sus representantes.
Esta narrativa le ha permitido generar sus propios medios de comunicación mainstream como las televisoras News Max y One America News Network, promovidas por el propio Trump desde su cuenta de Twitter, para generar contenidos que se adapten a su verdad alternativa y compitan con CNN o Fox News.
Sus seguidores también han adoptado símbolos y mensajes identitarios, como el acrónimo MAGA (Make America Great Again), que engloba las diferentes ideas del movimiento, o la Thin Blue Line Flag que representa al Blue Lives Matter Movement que busca reivindicar la labor policial y confrontar al movimiento de izquierda Black Lives Matter.
Otro factor muy importante reportado por varios medios, es que ya dejó entrever que se apunta para la candidatura de 2024. Esto significa que mantendrá su presencia política mediática cuando menos otros cuatro años aprovechando todos los recursos antes mencionados. Aunque lo más importante es que su presencia desincentive a otros interesados en la candidatura presidencial por el Partido Republicano, y esto le permita negociar otras posiciones políticas para su grupo más cercano en las siguientes elecciones, además de mantener el flujo de donativos a su campaña.
Serán los contrapesos dentro del partido como Mitch McConnell, jefe de los republicanos en el Senado, o como el vapuleado por Trump, gobernador de Georgia, Brian Kemp, o cualquier otro con aspiraciones presidenciales, quienes nos demuestren qué tanto poder realmente tendrá este nuevo ‘Tea Party Trumpista’. El riesgo que corren es que al igual que con el McCarthyism las ideas y el poder factual de Trump sobre el instituto del elefante rojo se mantengan y secuestren desde su narrativa hasta la toma de decisiones, generando aún más encono en la sociedad norteamericana.
Por Jesús De los Ríos Granja , profesor de la Escuela de Gobierno y Economía de la Universidad Panamericana , y CEO de Saxum Media .
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