El pasado 2 de noviembre Alejandro Moreno, jefe encuestador de el Financiero, publicó las encuestas más recientes sobre la popularidad del presidente. Curiosamente su aprobación bajó de un 62% a 59%, quedando entonces con el mismo porcentaje que tenía en agosto. Por otro lado, sus niveles de desaprobación están en un 38%, el más alto que se ha registrado fue en junio de este mismo año con el 42%. Oraculus muestra desde agosto en su “Poll of polls” una tendencia ascendente en sus índices de aprobación. En cuanto a su desaprobación, contrario a lo registrado en El Financiero, ha venido descendiendo ligeramente, posicionándose en un 35%.
Es interesante lo que arroga la encuesta realizada por El Financiero, por una parte el Presidente de la República, goza de amplia popularidad, mientras que su gobierno está reprobado en la mayoría de las políticas púbicas. En responsabilidades como la seguridad pública, el Gobierno Federal tan solo tiene un 28%; en el ámbito de salud 36% y en cuanto a la economía 24%. Es claro que la gente distingue la figura pública del Presidente de la República a sus decisiones concretas como gobierno. Tan solo en el tema sobre la corrupción tiene más aceptación (45%) que rechazo (35%), sin embargo, sigue siendo una evaluación reprobatoria.
No obstante su cómodo porcentaje, como presidente, es llamativo la caída —en lo general— que ha tenido desde el inicio de su gobierno. Es aún más sorprendente el hecho de que los mexicanos sean tan exigentes respecto a sus decisiones de gobierno, sin que afecte a su imagen en lo personal. En el sexenio de Enrique Peña Nieto el fenómeno era el inverso. Para muestra un ejemplo: el entonces presidente termino con 40% de aprobación en el manejo de la economía, mientras que en lo personal, el mandato terminó con 26%; según muestra los datos de Moreno.
Muchos se han preguntado las causas por las que el presidente Andrés Manuel sigue teniendo los altos niveles de popularidad. Los mexicanos han tenido una clara desilusión a lo largo de los meses, sin embargo, el descontento que expresa la gente no concuerda con la crisis que está viviendo el país ni es proporcional respecto a los mandatarios de otras naciones, donde la gente no ha sido tan benevolente respecto a los índices de aprobación. A muchas personas les sigue llamando la atención el hecho de que el presidente siga siendo tan aceptado a pesar de una pandemia y hechos que en otro gobierno habrían terminado con su credibilidad.
Se le ha atribuido este fenómeno al carisma del presidente y su cercanía con la gente. Sin embargo, imágenes del presidente en Tabasco, después de las inundaciones, desdicen completamente de que el Presidente de la República sea cercano a la gente. Otros columnistas lo adjudican a la falta de oposición. Después de las elecciones en Coahuila y Tabasco, o la aparición de grupos como «Frena» o asociaciones como «Sí por México»; decir que no hay oposición parecería una afirmación demasiado simplista. La realidad es que sí hay grupos que no están de acuerdo con las posturas del Gobierno Federal.
Independientemente de la existencia o no de una oposición, atribuir una alta aceptación a la falta de oposición parece poco realista. Si fuese una elección a algún cargo público podría ser viable, pero al ser una encuesta de aprobación, la gente tiene la opción de desaprobar su gestión independientemente de si existe una mejor alternativa política.
La realidad es muy clara pero por alguna razón existe un sector que no lo quiere aceptar. Por muy mal que el presidente gobierne al país, por más destrucción a las institución —y a la propia democracia— que esté haciendo, las preferencias son claras: la gente apoya al presidente. Más de 30 millones de personas decidieron entregarle su voto de confianza. El 53% del electorado que votó estuvo de acuerdo con su visión. Obrador nunca escondió el proyecto de nación que quería realizar. Se sabía sobre la Guardia Nacional, la cancelación del aeropuerto, la construcción del tren en el sur del país y la refinería en Tabasco. Es conocida su apatía hacia la cultura y su fallida estrategia de seguridad; lo demostró cuando gobernó en Ciudad de México. Es también conocido el desprecio que le tiene a las instituciones —como el INE— y su incapacidad de reconocer una sola derrota. Sabíamos que el presidente tiene un talante autoritario y un coqueteo constante al tercermundismo.
Ahora en el poder, Andrés Manuel gobierna como lo hizo en Ciudad de México y como lo prometió en campaña. Los mexicanos apoyan al presidente que eligieron. Ese fue el proyecto de país por el que votaron en el 18. Después de vivir más de siete décadas de autoritarismo, México fue caminando poco a poco hacia una democracia liberal hasta quitarle la mayoría absoluta al Revolucionario Institucional en 1997 y la presidencia en el 2000. Ahora, 20 años después, vemos a un presidente concentrando el poder y destruyendo sistemáticamente a un país mientras la mayoría de la gente aplaude.