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Siempre han habido mentiras y falacias en las declaraciones de nuestros políticos, pero la llegada de las redes sociales nos permitió un poquito de transparencia y presión.

Siempre han habido mentiras y falacias en las declaraciones de nuestros políticos, pero la llegada de las redes sociales sí nos permitió un poquito de transparencia y presión, por un par de años, para que hubieran consecuencias en el prestigio de nuestros dirigentes. Recordemos los casos ocurridos en el sexenio de Peña Nieto donde David Korenfeld, ex titular de CONAGUA, tuvo que renunciar a su cargo porque un vecino compartió en redes un video en el que lo grabó subiéndose con su familia a un helicóptero de la dependencia para irse de vacaciones. O el de Humberto Benítez Treviño, quien también fue obligado a dejar su cargo por el videoescándalo de #LadyPROFECO protagonizado por su hija amenazando con cerrar un restaurante en Polanco. ¡Qué inocentes éramos! Hoy en día puede caerse el metro, dejando víctimas inocentes, sin que a nadie le cueste la chamba.

¿Qué fue lo que cambió? El primer impulso que tenemos es pensar que los gobernantes anteriores tenían un poco más de pudor político, pero nos equivocamos, lo que cambió fue el entorno, sobre todo la concepción que tenemos como sociedad del concepto de “la verdad”. Lo que sí se puede atribuir a los políticos es que ellos, debido a sus intereses personales, fomentaron este cambio en el  entorno, lo cual se ve ejemplificado en los mensajes de dos personajes clave: Donald Trump, en la escena norteamericana y global, y López Obrador en la escena nacional. Ambos han basado su poder político en el discurso del “yo tengo otros datos” o “alternative facts”, en el que en otras palabras se autoproclaman poseedores de la verdad única.

Los efectos de estas acciones son muchos y con el tiempo cada vez más graves, en una primera etapa son muy útiles para blindarse de cualquier crítica de la oposición o para enmendar cualquier error del gobierno, pero en el mediano plazo lo que generan es una profunda polarización social, que corre el riesgo de volverse irreconciliable al punto en que la violencia y la injusticia se vuelven normales, sobre todo contra aquellos que se oponen al discurso gubernamental. También en el mediano plazo se ha generado una nueva concepción de que la verdad se trata de “shares de seguidores”, eso quiere decir que mientras yo tenga una base importante de personas que crean fervientemente en lo que digo, entonces no importa que sea verdad o no. Nos hemos alejado pues como sociedad, de creer que la verdad debe estar basada en hechos y nos hemos movido a que la verdad está basada en quién la dice, cómo me hace sentir y a cuántos se es capaz de convencer.

Este efecto es, para fines prácticos, la post verdad. En el largo plazo tiene graves consecuencias que se empiezan a ver en diferentes propuestas de estos políticos, tanto en nuestro país como del otro lado de la frontera. Una de las acciones más evidentes que toman, es buscar  de manera activa la pérdida de credibilidad en las instituciones democráticas, la primera de ellas la electoral, donde tanto Trump como López Obrador se han dedicado a destruir la credibilidad en el voto ciudadano por medio de su discurso de “yo tengo otra verdad” ya que esta estrategia les permite ganar aunque pierdan y mantener a su share de seguidores cautivo y activo en los temas que a ambos les importa.

Siguen siendo pocos los gobernantes que se comportan de esta manera, pero entre los que lo hacen una cosa es muy clara, tienen actitudes totalitaristas o se encuentran ya en un estado totalitarista, donde su ley es la ley que cuenta, donde se usa el aparato estatal para perseguir opositores y donde se merman o no existen instituciones independientes, ya no hablemos de los derechos humanos. Esta forma sistemática de mentir genera siempre una deuda con la verdad, que tarde o temprano pasará una factura a toda la sociedad como una nueva realidad en la que ya no podremos hacer nada. Entre los ejemplos más conocidos de la historia reciente de estas políticas llevadas al extremo encontramos a países como: Cuba, Venezuela, la Unión Soviética, Corea del Norte, etc.

Finalmente, la polarización de este discurso en el corto plazo es muy grave. Hoy en día como ciudadanos de un país todavía democrático y defensor de sus derechos, deberíamos de hacernos dos grandes preguntas: ¿qué va a pasar si este entorno de odio fomentado desde el gobierno continúa? y ¿cómo vamos a hacer los mexicanos para hermanarnos nuevamente?

En otras postverdades…

¿Dónde están las medicinas para los niños con cáncer?, ¿quiénes son los culpables de la caída de la línea 12 y cuándo los encarcelan?

bto